Todo comenzó con la visita de un sujeto que llegó a pedir colaboración. Ana A. a quién se le ha cambiado el nombre por seguridad contó su historia a Diario El Mundo para reflejar la realidad en la que viven muchos salvadoreños en el exterior que han huido de la violencia y de las pandillas.

Ella tenía una tienda, un negocio pequeño, pero que servía para mantener a sus dos hijos, más la ayuda de su esposo que, desde hace varios años se fue a Estados Unidos a buscar un mejor futuro. El sujeto que pedía “colaboración” era un conocido. Era un niño, de aproximadamente 15 años, un vecino que llegó a pedir $2,000 de colaboración. Ana lo identificó como pandillero.

El pandillero sabía que el esposo de Ana vivía en Estados Unidos, todos los vecinos lo sabían. Cuando llegó a pedirle la colaboración, delito que conocido como extorsión Ana le replicó: “Y yo de donde lo voy a sacar, si yo vivo de esto, de mi trabajo, de lo poco que entra en la tienda y vos decís que mi esposo vive en Estados Unidos y es cierto, pero yo ya no tengo relación con él”. El argumento de Ana no fue creíble.

Después de unos minutos de discutir la imposibilidad de Ana para pagar la extorsión, el sujeto le aseguró que cualquier problema para pagar lo debía discutir con alguien arriba de él.

Ana aún valiente le dijo “dígale que venga”. En ese momento, el pandillero entre risas sarcásticas le dijo que hablaría por teléfono, con alguien que no podía llegar. Una vez iniciada la llamada, no había nada que hacer. Una voz amenazante y agresiva le informó a Ana que debía pagar por lo menos $1,000 ya que nunca antes había colaborado con la pandilla, después de eso le cortaron la llamada.

Una vez impuesta la cantidad, el pandillero desde la puerta le aseguró que le podían dar “facilidades de pago”. Todo resultó en que Ana debía pagar $500 el miércoles de la siguiente semana y la otra parte el siguiente miércoles. Este primer encuentro fue el sábado 14 de mayo de 2016.

El siguiente día 15, la vida de Ana cambió para siempre. “Para mi mala suerte, un día después, que llegó a la casa, lo mataron. Dijeron: mataron a fulano, y mencionaron el alias, que nosotros los conocíamos bien, a mi se me unió el cielo con el infierno”, dijo Ana, con una voz ya quebrantada por el recuerdo.

Pronto en el vecindario corrieron los rumores que habían dos muertos y que habían capturado a otros tres, y que los habían encontrado en una casa destroyer. “Yo en ese momento no sabía si alegrarme o afligirme, pero desde allí comenzó mi calvario”, dice Ana.

La pandilla hasta hoy considera que Ana con ayuda de alguien más mandó a matar a quien le había pedido la extorsión.

El lunes, día de la velación, llegó otro niño de 13 de años a pedir “la colaboración” que había quedado pendiente. Ana, temerosa, le hizo saber que el trato no había sido ese. Le aseguró que ella debía pagar los $500, el miércoles.

El día fatal llegó otra persona a cobrar a eso de las 8:30 de la noche. Ana entregó el dinero con dudas.

Antes de retirarse, el adolescente terminó con una amenaza. “Yo los conozco bien a todos ustedes, a todos sus hijos. Si usted avisa al sistema, le va a ir mal porque a mi me van a atrapar, pero voy a salir porque soy menor de edad. Yo a los tres días salgo y yo la voy a matar, le voy a cortar dedo por dedo a usted y a sus hijos”, recuerda Ana con pánico, las palabras del encargado de la extorsión.

Después de la amenaza, Ana escuchó algo que terminó de aterrarla. Al pandillero le gustaba su hija y le explicó que si su hija quisiera una relación con él, “los perros” podrían protegerlos.

La misma noche Ana se comunicó con su esposo para explicarle la situación. Su esposo se comunicó con un policía conocido para que le orientara sobre qué hacer. No solo era dinero. El pandillero ya había mostrado interés en su hija.

Ana, por recomendaciones de su esposo, pidió ayuda a la policía para que los fueran a sacar de la casa e ir a un lugar seguro. Con ayuda de los agentes lograron irse a casa de una hermana.

Desde ese día, Ana no podía salir, ni observar por la ventana al igual que sus hijos. Pronto el pueblo sabría que Ana y sus hijos eran buscados por la pandilla.

Una vez que la casa quedó abandonada, los pandilleros se la tomaron. Una noche, la policía armó un operativo y el encargado de cobrarle la extorsión a Ana estaba adentro. Esa noche fue capturado. Ana debía llegar a la delegación para poner la demanda.

A los dos de la mañana, ella debió reconocer al sujeto que le había amenazado. Los policías entraron en asombro al descubrir que el menor de edad estaba detrás de las amenazas, por las que una familia debió esconderse.

A los cuatro días llegó el citatorio de Usulután. La víctima se presentó. Al llegar, le informaron que en la denuncia de la extorsión su nombre no aparecía porque estaba bajo protección, pero en la demanda de hurto, de cuando apresaron al menor en su casa, no estaba bajo el régimen. Después de informarle, la mandaron donde la fiscal del caso. Ella le explicó que no se podía hacer nada, porque era la misma persona a la que estaba denunciando y que debía enfrentarlo.

La misma fiscal le pidió presentarse el día de la audiencia y le aseguró que le ayudaría a hacer los arreglos necesarios, para que Ana no tuviera que enfrentar al acusado. Al adolescente detenido le encontraron como prueba del caso unos anillos que Ana había mencionado en la denuncia por robo. El día de la audiencia, después de brindar todo su testimonio, la fiscal le dijo a Ana que se fuera tranquila para su casa porque ella quedaba a cargo y acordó llamarle al final de la audiencia.

Cuando Ana llegó a la casa de su hermana, que era donde vivía, recibió una llamada de la Fiscal. “Señora, le marco de la Fiscalía de Usulután para decirle que ni se asome a la puerta. Cuando yo llegué ya habían dejado libre al acusado”, recuerda Ana esas palabras como si todo hubiese pasado ayer.

Al contarle todo a su esposo, este hizo los préstamos necesarios para poder armar el viaje de Ana y sus hijos por tierra, como indocumentados. La familia de Ana partió de El Salvador para Estados Unidos el 5 de julio.

Después de 20 días, Ana llegó al país donde reside su esposo. Migración los apresó cuando intentaban cruzar la frontera, y desde el momento ella pidió asilo, ya que huían de su país, porque una de las pandillas los busca para asesinarlos.

Hasta la fecha el proceso continúa. Ana ha tenido que presentar todas las pruebas para comprobar su historia. Entre las pruebas están las denuncias a la policía, fotos de la casa después de haber sido tomada por los pandilleros y los testimonios de todas las personas que se vieron afectadas por la situación y de quienes le ayudaron.

Todo este tiempo ha vivido en la casa de su esposo, mientras se resuelve su situación. Ana aseguró que aún no tiene nada claro y que con la llegada del nuevo presidente la situación es más preocupante. Sus hijos recibieron ayuda psicológica del Estado para superar sus traumas, pero los tres deben usar un grillete que sirve a las autoridades para saber a donde están. No pueden quitárselo o dejar que se descargue. No pueden alejarse mucho de la casa, de lo contrario deben responder cuestionamientos de las autoridades.